La aldea de Infantia
Cuentan de una pequeña aldea tan remota, que se hallaba donde se unen el cielo y la tierra, que el cielo nocturno era oscuro e impenetrable porque las estrellas bajaban a la aldea y paseaban por las calles iluminando a donde sus habitantes lo necesitaban; que la Luna, al reflejarse en el lago, se hacía inmensa, tanto, que el Sol cada noche la envidiaba y volvía a enamorarse de ella. Allí no diferenciaban entre culturas, razas o religiones, todos creían a todos y la verdad no existía, ya que para ellos tampoco lo hacía la mentira. Jamás veían llover y es que, cuando el Cielo lloraba, la luz del Sol lo calmaba, lo cogía de la mano, y al reír, de cada gota aparecían 7 colores, eso a lo que nosotros llamamos arco iris. Los habitantes de Infantia, eran todos diferentes y variopintos, con vestiduras extrañas, coloridas y vaporosas, y siempre, siempre estaban felices. De entre todos, había un personaje más peculiar, si eso se puede pensar, cuyo nombre era Logos, el barrendero de la aldea, el cual siempre buscaba una explicación racional para todo aquello que sucedía. Decía: “Piensa y lo averiguarás” y reía a carcajadas ante el rostro pensante y confuso de quien oía estas palabras. Una noche, tras hablar con Amicus y decir eso de “Piensa y lo averiguarás” , una brisa fría que nunca había recorrido Infantia, rozó la piel de Logos. Éste, asombrado e inquieto se giró y vio a una figura desconocida en la entrada de la calle principal. El personajillo, pues era bastante bajito, retomó el paso y atravesó la aldea. De repente se paró en seco, se llevó las manos a la cabeza y comenzó a estremecerse dolorosamente, aunque esto los habitantes de la aldea no lo pudieron calificar ya que no sabían qué era el dolor. Valere, decidido y sin miedo, se acercó al ser que se estremecía en el suelo e intentó enderezarlo. Entonces la capa que cubría su rostro resbaló, y dejó ver a un ser de pelo oscuro y largo, ojos tristes y profundos, piel pálida, fría y escamada, pero de rostro dulce y voz aterciopelada a la vez que siniestra. Era bello, hermoso, terrorífico y horrible.
-¡Llevo viviendo entre ratas y arañas, humedad y espesura desde hace tanto tiempo que no recuerdo su principio! ¡He aguantado días soleados, pájaros cantando y estrellas brillantes que abandonan el cielo, mi cielo, para visitaros mientras yo me rodeo de velas para que la penumbra no me aplaste! ¡No soporto vuestras risas y felicidad constantes! ¡A partir de hoy viviréis como el resto del mundo! ¡Hoy comenzáis a vivir!- gritó el personaje. Después, cogió su capa y volvió por el mismo lugar por el que había venido, tranquilo, impávido, mientras los que se hallaban presentes se cuestionaban todo lo que hasta ahora había vivido, todos y cada uno de ellos: Innocentia, Amore, Amicus, Veritas, Tempus, Valere, Illusio…
Desde aquel día, el cielo se nublaba con frecuencia, el Cielo lloraba y nadie iba a consolarlo, las estrellas permanecía en el firmamento, las nubes escondían a la Luna y a su reflejo en el lago y el Sol dejó de irradiar la alegría característica de un enamorado; los infantes, los habitantes de Infantia, dejaron de soñar despiertos e invirtieron su tiempo en sembrar los campos que difícilmente daban alguna cosecha y es que la noche helaba sus frutos, las enfermedades se volvieron pesadas, largas y, algunas, dolorosas y es que Natura no siempre podía acudir en su ayuda… Los habitantes de aquella aldea refrenaron sus deseos y dieron prioridad a eso que antes había sido realizado por otros… Innocentia menguó debido a las lágrimas del Cielo, Amicus se hizo fuerte y robusto y es que corría cada día, eso sí antes de llegar a su objetivo, caía una y otra vez, aunque nunca se desanimó; Amore enloqueció, Veritas sufría cambios bruscos de ánimo, Illusio fue víctima de un sueño del que pocas veces despertaba… Logos, en cambio, se percató de la gran transformación que su aldea había experimentado y hallándose sin ayuda alguna, decidió ir a pedir consejo a aquellos que sabían más que él.
Tomó una mochila, víveres y aire y se dispuso en camino, un camino que lo llevó hasta los gélidos e inhóspitos parajes del Norte, un lugar donde apenas salía el Sol y donde los osos no tenían color por esta razón. Llegó al lugar donde residían los dioses nórdicos y allí, tímida pero decisivamente expuso su problema en busca de una solución. Thor, Odín, Frigga y Balder escucharon su discurso con paciencia:
-…y desde que ese ser llegó nada ha vuelto a ser lo que era. ¿Qué ha pasado? ¿Qué debo hacer?
-¡Declarad la guerra y así venceréis!- exclamó entusiasmado el dios Odín.
-¡Haré que una tormenta caiga sobre vuestro enemigo!- continuó Thor alzando su martillo.
-Con paciencia y sabiduría podréis erradicar vuestro problema- concluyó Balder de forma pacífica, acto seguido por la afirmación de su madre Frigga, la diosa nórdica del amor que conocía el destino de todos los seres. Así, sin hallar solución, Logos se dirigió a las tierras de la arena, las palmeras y los oasis, donde el Sol dominaba la mayor parte del día de una forma absoluta y cálida. Finalmente, encontró en el interior de una duna el hogar de los dioses egipcios, donde fue recibido por Ra, Isis y Anubis.
-Logos, has de comprender el enfado e ira de ese ser desconocido, que se encuentra sin mi luz, ni la de ningún otro astro, la mitad del día- dijo Ra, dios del Sol.
-Si lo que dices es cierto, ese personaje vive en mundo de las almas que guío y no en este de vida y cambio.- continuó el dios de la muerte con cabeza de perro, Anubis.
-Tu problema se resolverá pues, con un nuevo nacimiento- concluyó Isis, diosa de la maternidad, dejando en la cabeza de Logos intriga y curiosidad ante lo que los dioses entendían pero no le ayudaban a solucionar.
Con ánimo decaído y víveres en sus mínimos, se encaminó hacia la tierra donde surgió la filosofía, donde las escilas custodiaban los mares y caballos alados vigilaban los cielos. Escaló el Monte Olimpo y caminó entre nubes hasta colocarse frente a Zeus, Atenea y Apolo. Tras narrar de nuevo la historia, Logos se dispuso esperanzado a oír las posibles soluciones que las deidades griegas le otorgaban:
-Obsequiadlo con música y una bella poesía. Las artes, querido Logos, son capaces de amansar a las más temibles fieras.- dijo sin preámbulo alguno Apolo.
-No veo el problema, amigo infante, pues es el ciclo del Universo, eso que yo superviso y encuentro en perfecto orden.-dijo Zeus, dios de dioses.
-Paciencia, calma y sabiduría, la estrategia es un arte y como tal necesita de tiempo y pensamiento. No dudo que resuelvas este acertijo que hasta tierras tan lejanas te ha traído.- y así finalizó la entrevista con los dioses cercanos al Mediterráneo, con la amable sonrisa y el reto de Atenea.
A pesar de aquella travesía, ninguno encontraba la solución, o eso le parecía a Logos, que emprendió el camino de vuelta a casa cabizbajo y pensativo. Desde que él vivía en Infantia todo había sido igual, era previsible el cambio que tan sorprendente les había parecido, pensaba una y otra vez. Y mientras cavilaba, pudo ver como un ave de alas cortas e inexperiencia evidente, extendió sus instrumentos de vuelo y se lanzó al vacío. Temió por la vida del pequeño animal, que justo antes de tocar el suelo y tras una caída de movimientos alarmados y agitados, elevó un vuelo difícil en su origen y glorioso a continuación. Fue entonces cuando lo comprendió todo… ¡era el ciclo! El niño se hace adulto, el pájaro echa a volar, el día da paso a la noche y la lluvia al sol, era la corriente de la vida, una vida en continuo devenir donde los cambio s han de ser aceptados y pasar a ser los elementos de nuestra vida. Logos aceleró el paso visualización el hogar que ahora ya nunca sería igual, el nuevo nacimiento del que hablaba Isis, el ciclo del Universo de Zeus, las artes de Apolo, la paciencia y sabiduría de Frigga, Balder y Atenea, la vida y el cambio de Anubis… Todos pertenecientes a confines de la tierra lejanos, dispares y diferentes, iguales en el fondo, gemelos en esencia.
Y así llegó Logos a su aldea, y expuso su descubrimiento a sus vecinos. Infantia quedó en el recuerdo y miró hacia el futuro, viviendo el presente al lado de su vecina recientemente descubierta, Drupa Adultus, la cual no resultó ser tan mala como en un principio parecía. Inncentia se quedó pequeñita, se hizo fuerte y se llenó de bondad; Amore recobró la cordura, aunque los brotes de locura siguieron surgiendo, hábito que nunca perdió; Veritas creció y se convirtió en una mujer justa y honorable, Tempus ganó cientos de medallas olímpicas debido a su rapidez y velocidad, Amicus aprendió de sus caídas y comenzó a ir más lento para disfrutar más el camino… Y de esta manera todos maduraron y afrontaron sus miedos gracias a Logos, pieza fundamental para el desarrollo de su aldea. Los días pasaron y este personaje peculiar seguía respondiendo las inquietudes de sus vecinos igual que el primer día:
-Pero Logos, ¿por qué cuando llega el otoño las hojas de algunos árboles se caen y la de otros no? El barrendero sacudió la cabeza una vez más diciendo: ¡Piensa y lo averiguará! Ja, ja, ja.
Cuento redactado por: Calíope
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