El legado de la memoria.
Tengo que escribir y describir
las emociones que siento, para que algún día la memoria las pueda reconocer una
y otra vez.
Si al pasar por esa calle
estrecha y empedrada, secreta en sus recodos llenos de asombro y de misterio, a
un lado el muro fragmentando en numerosas ventanas pintadas del color del vino
tinto añejo y al otro lado el muro blanco, escultórico, rematado con un pequeño
alero de teja morisca y solo un pequeño hueco recortado en la cal, un umbral
muy alto y una desvencijada puerta de madera. Si abro los brazos, las palmas de
mis manos pueden extenderse sobre los fríos paramentos de una tarde de abril.
La emoción tiene su origen en la
contemplación de cuatro rectángulos de luz sobre el muro blanco bajo la
mortecina claridad violácea del crepúsculo, cuatro recuadros de luz proyectados
desde una ventana pequeña del largo muro lleno de ventanas oscuras.
En algún momento de la Historia,
un hombre inventó unos signos y enseñó a otros el arte de interpretarlos, para
poder dejar su memoria como legado, un legado que no fuera tan efímero como una
palabra sostenida en el viento.
Antonia
Toscano López
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