Parece el rey de una tribu. Su imagen desprende autoridad y dignidad. También su biografía y su obra. El primer Nobel africano de Literatura defiende el poder de la tierra y ataca la banalización de los valores.
Wole Soyinka nació en Beokuta (Nigeria) en 1934 y recibió el Nobel de Literatura, el primero para un escritor africano, en 1986. No solo le resta toda importancia a esta distinción, sino que, según sus declaraciones, le ha venido importunando sin tregua. Fuerte, apuesto, seguro de sí y curtido por numerosas peripecias que amenazaron su vida, sus palabras pesan como las de un ser humano que ha extremado sus fuerzas de supervivencia.
Las palabras frente a las armas
Dos rasgos le convierten en un personaje que ocupará un lugar destacado en la historia, por encima de la calidad indudable de su literatura: ha sido el primer africano en conseguir el Nobel de Literatura, en 1986, y se ha convertido, como Nelson Mandela, en un icono de la lucha por la justicia y la democracia en ese continente, y en general de la defensa de los derechos humanos.
Entre sus obras, destacar que RBA acaba de publicar su libro de memorias, Partirás al amanecer (autobiografía en zigzag y alegato político), y que Bartebly Editores ha sacado también este año Lanzadera en una cripta, con los poemas que escribió en la cárcel, donde estuvo por criticar la dictadura en su país, Nigeria.
Après la guerre
No ocultes las cicatrices
en la rápida destilería de la sangre
he olido
efluvios de narcóticos conocidos
no ocultes las cicatrices
El tubérculo de nuestra carne común
pisoteado hasta lo hondo de la tierra combate
la muerte, recién cinchado arremete contra el sol
mas temiendo que resulte ser una concha hueca
o que los pies de las vidas recién nacidas
se hundan en el vacío de la falsedad
no hinches la piel ajada de la tierra
para glasear las grietas del tambor
No te cubras de costras
ni hagas del dolor el lamento
de un farsante con mala lengua
su rostro una máscara de velos pintada
el aliento reseco por su propia bilis
un corazón de retazos y una sonrisa de calavera
para burlar los rigores del
exorcismo.
Grietas en la pintura. Legad
los solos latidos del duramen
a los seguidores del velatorio
recién nacidos.
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