Otros mundos de ficción

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“Mi soledad es mía… tu soledad es de alguien más. Hecha por otra persona y entregada a ti. ¿No es eso interesante? Una soledad de segunda mano”.
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lunes, 21 de mayo de 2012

100 años de la muerte de Bram Stoker


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Drácula llora a Bram Stoker
Se cumplen 100 años de la muerte del escritor irlandés, creador del mito del vampiro

"Strigoi, strigoi, strigoi...", susurraba hace hoy 100 años Bram Stoker. Podía ser fruto del delirio o tal vez sea una leyenda enriquecida por el paso del tiempo, pero el autor de Drácula falleció señalando —según atestiguaron sus amigos presentes— algo en un rincón de la habitación de la pensión londinense en la que pasó sus últimos días. Strigoi, en rumano, significa espíritu maligno. Una expresión final demasiado perfecta para ser pronunciada por el creador del mito moderno del vampirismo (algo parecido se cuenta de Bela Lugosi, el primer gran Drácula del cine, del que se decía paseaba por la residencia de ancianos buscando cuellos que chupar).

El irlandés Bram Stoker (1847-1912) no será recordado como un gran escritor. Rodrigo Fresán, autor de prólogo a la edición de 2005 de Mondadori de la novela, comenta: "Stoker es muy mal escritor, un ejemplo clásico de creador flojo —no hay más que leerle en su inglés original— que de repente crea una obra genial". Enrique Vila-Matas apunta en esa dirección: "Seiscientas páginas y el conde solo sale en unas quince. Al estilo de El corazón en las tinieblas, de Joseph Conrad, se crea un espectáculo alrededor de un personaje que aparece muy poco. Es más interesante y fascinante el ambiente que lo que ocurre. La narración conduce al personaje. En cambio, creó el vampiro moderno. Solo por eso merece nuestro respeto". Gonzalo Suárez, escritor y cineasta que en diversas ocasiones ha indagado en el ser y el otro, en la criatura y su creador (Mi nombre es sombra, Remando al viento), reconoce que Stoker le aburre. "Empecé a leerlo y lo dejé. Obviamente forma parte de la literatura victoriana, que sí me atrae. Pero el libro no desarrolla un carácter ontológico, juega más con el sadismo y la sangre. Todos tenemos un monstruo en nuestro interior, pero creo que justo en mí no hay de esa especie", reconoce entre risas.

Morded y multiplicaos (Un mito impulsor de la literatura)

Drácula — “novela radioactiva que enferma al resto”, según definición de Rodrigo Fresán— ha tenido todo tipo de continuaciones literarias, desviaciones a la ligera del mito original del vampiro que reguló Bram Stoker, y versiones cinematográficas y teatrales. Lógico, a pesar de su esquema basado en páginas de diarios y cartas entre los personajes, Stoker tenía como intención inicial escribir una obra de teatro. Más aún, poco después de publicar en 1897 la novela, su autor realizó una lectura dramatizada de Drácula. El manuscrito original, escrito a máquina y con innumerables correciones, desapareció durante décadas. En los ochenta sus 541 páginas fueron encontradas al noroeste de Pennsylvania, y en la portada, escrita a mano, aparecía su título original, Los no-muertos. Debajo, el nombre del autor, Bram Stoker. Está claro que el escritor decidió rebautizarla en el último segundo.
Hoy, entre Stephanie Meyer, Guillermo del Toro, Charlaine Harris o Anne Rice, hasta los descendientes de Stoker han sacado partido del conde. Su sobrino bisnieto Dacre Stoker, apoyado por un experto en el tema, Ian Holt, publicó en 2009 una continuación, Drácula, el no muerto, que aunque arrancaba con gracia, se perdían en un trama alocada y con guiños a otros clásicos como Jack el Destripador. Las cenizas de Stoker, que reposan en una urna junto a las de su único hijo, Irving Noel, en Londres, deben de revolverse de vez en cuando.
Entonces, ¿qué hizo bien Stoker? El escritor irlandés, criado entre libros y profesores privados por culpa de una enfermedad infantil, publicó muchos más cuentos, y ninguno tuvo la repercusión popular y artística de Drácula. "Claro", descifra Fresán, "porque existen novelas influyentes, que por su calidad crea escuela de escritores y de obras, y novelas radioactivas, que enferman a otros, que infectan y producen mejores herederos. El éxito de Drácula radica en un personaje fascinante". Su misma construcción, a base de trozos de diarios y cartas entre los personajes, ralentiza la trama: "Es la novela en la que más se escribe y se lee. Pero, ¿cuándo van a por el monstruo?", dice Fresán.

Bram Stoker publicó Drácula en 1897, y creó el personaje bebiendo de varias fuentes: primero, del personaje real de Vlad Draculea Vlad el Hijo del Demonio / Dragon, también conocido como Vlad Tepes el empalador; del actor Henry Irving, una estrella de la época, para el que Stoker trabajó durante 29 años como representante y secretario, y cuya enfermiza relación inspiró de lejos la película La sombra del actor; y de sus charlas con un extraño orientalista húngaro llamado Arminius Vámbéry con el que se entrevistó en diversas ocasiones (Vámbery también era muy imaginativo en sus leyendas sobre la Europa oriental, y su labia y su imaginación las engordaban a gusto del oyente que tenía en cada momento). Óscar Wilde dijo que Drácula era la obra de terror mejor escrita de todos los tiempos. Arthur Conan Doyle tampoco escatimó elogios. "Es que es muy de la época victoriana", según Fresán, "es el triunfo del gótico, de un terror que crea personajes como Frankenstein, el doctor Jekyll y Mister Hyde...". ¿También puede ser la venganza de un hombre que se siente vampirizado por otro? "Como libro, efectivamente, es muy transparente, ya que son los años del advenimiento del psicoanálisis". El subconsciente de los autores sale a borbotones. "Fíjate en este Drácula, en Peter Pan, en Sherlock Holmes...". Gonzalo Suárez recalca en ese grandioso momento literario británico: "Me atrae mucho ese género. Dio unas obras de ficción fascinantes, a diferencia de la española, más realista".

La triste vida de Stoker, que arrastra a su familia detrás de Irving, que no recibe ningún dinero cuando fallece el actor, y que muere pobre víctima de la sífilis que había contraído yendo de prostitutas con Irving en París, se ha prolongado en el tiempo. Vila-Matas estuvo en Dublín alojado a pocos metros de la casa donde durante décadas vivió Stoker: "La primera vez vi una placa, que recordaba su estancia. El mismo Oscar Wilde, primer novio de Florence, posterior esposa de Stoker, vivía a pocas manzanas. Años después volví y en lugar de la casa había una clínica de cirugía estética. De la placa, ni rastro". "A mí me entristece la deriva actual del personaje", comenta Fresán. "Eso de que vayan al colegio los vampiritos de Crepúsculo...". Algo que nunca hubiera ocurrido en la novela original. Como dice el viejo conde: "Yo pertenezco a un familia muy antigua y me moriría muy pronto si me viese obligado a residir en una mansión moderna. No busco ni la alegría ni el júbilo, y menos aún la felicidad que obtienen los jóvenes por un bello día de sol y el murmullo del agua".

Centenario de Lawrence Durrell


Enlace: http://bajavisibilidad.blogspot.com.es/2012/03/centenario-de-lawrence-durrell-un.html
Centenario de Lawrence Durrell: Un alejandrino en Corfú
Uno de los escritores más exitosos de la segunda posguerra, Lawrence Durrell, ha sido injustamente olvidado por el gran público. Su entonces célebre Cuarteto de Alejandría le puso a la cabeza de las apuestas para el Nobel en más de una oportunidad. Aunque por décadas fue diplomático británico, la leyenda dice que no tenía ciudadanía inglesa. Rechazaba a Inglaterra y amaba a Grecia más que a ninguna otra parte del mundo. El lunes 27 de febrero se cumplieron cien años de que nació en la India británica. A continuación un fragmento de la nota publicada por Roberto López Belloso en Brecha.

“Es abril y hemos tomado una vieja casa de pescadores en el extremo norte de la isla, Kalami. A diez millas por mar y unos treinta quilómetros por carretera desde la ciudad, ofrece todos los encantos de la soledad. Una casa blanca puesta como un dado sobre una roca venerable ya con las cicatrices del viento y el agua. La montaña sube hasta el cielo, detrás de ella (…) Esto ha venido a ser nuestro hogar no lamentado”.
No es abril de 1937 sino fines de agosto de 2011. La vieja casa de pescadores que menciona en La celda de Próspero ya tiene dos plantas. La segunda la hizo construir Durrel y ahora se alquila a seiscientos euros la semana. Los actuales inquilinos son una familia rusa que no tiene idea de quien era ese escritor en cuya mesa de trabajo amontonan las toallas y la ropa sucia, pero dispone del dinero para pagar por dormir al borde de un mar obscenamente cristalino. ¿Y los encantos de la soledad? Toda la isla parece haberse llenado de rusos últimamente, tanto que en varias tiendas hay carteles en cirílico. Sin embargo es cierto que acá, en este rincón alejado desde el que parece que puede tocarse Albania con los dedos, hay menos turistas que en el lado opuesto, el de las playas de arena que vuelven la espalda a los Balcanes y miran a Italia. La casa sigue siendo blanca y con forma de dado. En la planta baja viven los hijos de la familia que la habitaba cuando llegó Durrell. Fue una compra extraña. No les compró la casa propiamente dicha sino el derecho a construir en ella una segunda planta para sí. En la de abajo podrían seguir viviendo sus dueños originarios. Y ahí siguen. En el porsche han instalado un restorán en el que sirven el desayuno a los inquilinos y en el que también aceptan otros clientes. Está decorado con fotos del excéntrico escritor inglés que hizo de Kalami su “hogar no lamentado”.
Desde ahí, con 25 años, le escribió a Henry Miller: “¿Por qué toda esta angustia por el papel, la tinta, las palabras cuando la vida huye como un lebrel, y todo se siente con demasiada intensidad, con demasiada pasión para tratar de escribirlo? Entonces tomo el Van Norden (su pequeño barquito corfiota), levo las velas y huyo de mí mismo”.

La correspondencia entre los dos escritores continúa por años y a pesar de que Durrell las remite desde sus diferentes destinos (Buenos Aires, Belgrado, Chipre), siempre se regresa en ellas a Grecia. Veinte años después de que Durrell dejara la casa blanca, Miller la menciona de nuevo: “Y ahora te recuerdo en la terraza de tu casita de Corfú (foto), con tu cuaderno y tu lápiz, escribiendo, borroneando, corrigiendo, puliendo tu estilo, volviendo a escribir, escribiendo algo más, bañándote, bebiendo, cantando, riéndote, pero volviendo siempre al cuaderno y al lápiz. Se advierte claramente cómo has peleado para dominar el medio, y no sólo el medio sino el lenguaje mismo, el inglés, el inglés del rey. Ahora te leo con envidia”.
Para regresar a la ciudad hay que remontar la montaña que, efectivamente, sube hasta el cielo ya que la cuesta parece que no va a terminar nunca. Pero finalmente se llega a la ruta. La parada de ómnibus es un minúsculo refugio de lata y madera costanera: ilusoria protección contra los automóviles que toman esa curva como poseídos, incluso adelantándose unos a otros aunque no puedan ver lo que viene, en bajada, por el carril opuesto. Desde ahí el ómnibus pone casi una hora para llegar a Corfú Town, pero el paisaje en esa carretera marítima es de una belleza tal que dan ganas que el conductor derrape y se vaya a estrellar allá abajo en ese azul imposible. Por suerte no ocurre y la ciudad recibe con su arquitectura veneciana.

CORFU TOWN. “Las casas sobre el puerto viejo están elegantemente construidas en delgados peldaños con estrechas callejas y columnatas entre ellas; rojas, amarillas, rosadas, pardas: una mezcolanza de tonos pastel que la luna transforma en una ciudad deslumbradoramente blanca”.
A pocas cuadras del puerto viejo queda la iglesia de San Espiridón, el patrono de la isla. Los corfiotas cargaron su cuerpo desde Constantinopla y a cambio les salvó de la peste y de los turcos, más de una vez. Ya es de noche y la iglesia está a punto de cerrar, pero todavía puede entrarse y ver cómo queda desmentido el prejuicio de quien llega esperando encontrar una iglesia provinciana, folklórica. Los candelabros y lámparas de plata parecen tener el tono exacto para una iglesia en cuyo techo los frescos –aunque relativamente modernos- denotan la maestría de su factura. Pero es sólo el prólogo. La pequeña capilla en forma de cripta donde está el ataúd con las reliquias del santo emana una energía que no sólo proviene de la romería constante de fieles que van a besar su tapa plateada, sino también del carácter de gruta, de sus frescos enmohecidos, estos sí algo difusos por el tiempo, y de la línea tupida de lámparas que tiene encendidas a media altura. Las cosas siguen siendo como las vio Durrell hace tres cuartos de siglo: San Espiridón “yace en quietud hibernante en su ataúd ricamente labrado, cuyo caparazón exterior de plata está permanente empañado por el aliento de los fieles que se inclinan para besarlo. La oscuridad está llena de cálices y estandartes: todo el oropel de la decoración eclesiástica bizantina. Un estilo de arte que es literal más que figurativo: el santo tiene un verdadero nimbo de plata metido en el lienzo en torno a su cara oval de poseso. Ojos de oliva negra miran impenitentes desde todas las paredes”.

ALEJANDRIA. Cuando los nazis se adueñaron de Grecia tras la batalla de Creta, Durrell se evacua junto al ejército inglés hacia Alejandría. “Europa ha quedado detrás de nosotros”, escribirá más tarde sobre la ciudad donde conoce a Eve, una judía alejandrina que será su segunda esposa (foto). Se dice que en ella basó el personaje de Justine, la protagonista de El cuarteto de Alejandría. La ciudad se vuelve un lugar irreal, el fondo adecuado para una tetralogía pensada como “una investigación del amor moderno”. La obra es un mosaico de personajes, cuatro de los cuales dan nombre a sus partes, aunque hay otros, como Nessim, que son incluso más importantes en el desarrollo narrativo. Pese a esta multitud coral, el centro es siempre Justine, que “como todos los seres morales está en el límite de la diosa”. Tanto que “si nuestro mundo fuera un mundo de verdad, habría templos donde Justine podría refugiarse y encontrar la paz que busca”.
En una nota introductoria al segundo tomo, Balthazar, el novelista explica: “Como la literatura moderna no nos ofrece Unidades me he vuelto hacia la ciencia para realizar una novela como un navío de cuatro puentes cuya forma se basa en el principio de la Relatividad. Tres lados de espacio y uno de tiempo constituyen la receta para cocinar un continuo (…) Sin embargo las tres primeras partes se despliegan en el espacio (de ahí que las considere hermanas, no sucesoras una de otra) y no constituyen una serie. Se interponen, se entretejen en una relación puramente espacial. El tiempo está en suspenso. Solo la última parte representará el tiempo y será una verdadera sucesora”.
Pese a la influencia de Alejandría en la obra de Durrell, el Cuarteto no fue escrito en esa ciudad egipcia sino en Chipre. En diciembre de 1953, en otra de sus cartas a Miller, escribe: “Sigo adelante, literalmente palabra por palabra, con mi libro sobre Alejandría. Estoy cansado como un perro a la hora que llego a casa por las tardes pero todos mis momentos de vigilia le pertenecen, de modo que durante los fines de semana, cuando paso en limpio mis garabatos, suelo tener unas 1500 palabras. Me siento como una de esas máquinas para destilar agua: cae gota a gota, en contra de la fatiga física (…) Te estoy escribiendo a las 4.50 de la mañana. Un pálido amanecer malva en medio de un deslumbrante plenilunio. Fantasmagórico. Los ruiseñores cantan embriagados por las primeras lluvias. Todo húmedo de rocío. Dentro de un ratito sacaré el coche y me arrastraré por el camino hacia un amanecer que llega desde el Asia Menor como el Paraíso Perdido”.

(Artículo de Roberto López Belloso publicado en Brecha el 24-II-2012)

Cien años de un encuentro

El año 2012 se cumplen cien años del encuentro de Antonio Machado con Baeza y de esa ciudad con el poeta o, lo que es lo mismo, cien años de su vuelta a Andalucía tras su estancia familiar en Madrid, sus viajes a París y sus años de profesor en el Instituto de Soria. Dada la importancia que la estancia del poeta tuvo para la poesía española, esta convencional circunstancia se va a convertir en una fiesta de la cultura y en ocasión de celebración del poeta, de su encuentro con la ciudad y de su inagotable obra. Para ello, el Ayuntamiento de Baeza, en colaboración con otras instituciones locales, universitarias, autonómicas y nacionales, ha decidido promover a través de una comisión ciudadana una serie de actividades con las que celebrar este centenario, procurar la difusión de la obra del poeta, muy especialmente entre nuevos lectores, además de cultivar su memoria dado que ha sido ejemplo y lección tanto en el dominio de la creación literaria como en el plano de su responsabilidad civil. Por otra parte, esta celebración resulta necesaria ya que la estancia de Antonio Machado en Baeza provocó en él uno de los periodos más fecundos y profundos de su actividad literaria. El contacto con ese trozo andaluz de la realidad española dio como resultado una producción a todas luces importante, reconocida como tal por la generalidad de los críticos de Machado y, muy especialmente, por sus lectores.

Charles Dickens

http://www.dickens2012.org/

Celebración del 200 aniversario del nacimiento de Charles Dickens


El manuscrito de un loco[Cuento. Texto completo]Charles Dickens
¡Sí...! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me agrada. Es un hermoso nombre. Muéstrenme al monarca cuyo ceño colérico haya sido temido alguna vez más que el brillo de la mirada de un loco... cuyas cuerdas y hachas fueran la mitad de seguras que el apretón de un loco. ¡Ja, ja! ¡Es algo grande estar loco! Ser contemplado como un león salvaje a través de los barrotes de hierro... rechinar los dientes y aullar, durante la noche larga y tranquila, con el sonido alegre de una cadena, pesada... y rodar y retorcerse entre la paja extasiado por tan valerosa música. ¡Un hurra por el manicomio! ¡Ay, es un lugar excelente!Me acuerdo del tiempo en el que tenía miedo de estar loco; cuando solía despertarme sobresaltado, caía de rodillas y rezaba para que se me perdonara la maldición de mi raza; cuando huía precipitadamente ante la vista de la alegría o la felicidad, para ocultarme en algún lugar solitario y pasar fatigosas horas observando el progreso de la fiebre que consumiría mi cerebro. Sabía que la locura estaba mezclada con mi misma sangre y con la médula de mis huesos. Que había pasado una generación sin que apareciera la pestilencia y que era yo el primero en quien reviviría. Sabía que tenía que ser así: que así había sido siempre, y así sería; y cuando me acobardaba en cualquier rincón oscuro de una habitación atestada, y veía a los hombres susurrar, señalarme y volver los ojos hacia mí, sabía que estaban hablando entre ellos del loco predestinado; y yo huía para embrutecerme en la soledad.
Así lo hice durante años; fueron unos años largos, muy largos. Aquí las noches son largas a veces... larguísimas; pero no son nada comparadas con las noches inquietas y los sueños aterradores que sufría en aquel tiempo. Sólo recordarlo me da frío. En las esquinas de la habitación permanecían acuclilladas formas grandes y oscuras de rostros insidiosos y burlones, que luego se inclinaban sobre mi cama por la noche, tentándome a la locura. Con bajos murmullos me contaban que el suelo de la vieja casa en la que murió el padre de mi padre estaba manchado por su propia sangre, que él mismo se había provocado en su furiosa locura. Me tapaba los oídos con los dedos, pero gritaban dentro de mi cabeza hasta que la habitación resonaba con los gritos que decían que una generación antes de él la locura se había dormido, pero que su abuelo había vivido durante años con las manos unidas al suelo por grilletes para impedir que se despedazara a sí mismo con ellas. Sabía que contaban la verdad... bien que lo sabía. Lo había descubierto años antes, aunque habían intentado ocultármelo. ¡Ja, ja! Era demasiado astuto para ellos, aunque me consideraran como un loco.
Finalmente llegó la locura y me maravillé de que alguna vez hubiera podido tenerle miedo. Ahora podía entrar en el mundo y reír y gritar con los mejores de entre ellos. Yo sabía que estaba loco, pero ellos ni siquiera lo sospechaban. ¡Solía palmearme a mí mismo de placer al pensar en lo bien que les estaba engañando después de todo lo que me habían señalado y de cómo me habían mirado de soslayo, cuando yo no estaba loco y sólo tenía miedo de que pudiera enloquecer algún día! Y cómo solía reírme de puro placer, cuando estaba a solas, pensando lo bien que guardaba mi secreto y lo rápidamente que mis amables amigos se habrían apartado de mí de haber conocido la verdad. Habría gritado de éxtasis cuando cenaba a solas con algún estruendoso buen amigo pensando en lo pálido que se pondría, y lo rápido que escaparía, al saber que el querido amigo que se sentaba cerca de él, afilando un cuchillo brillante y reluciente, era un loco con toda la capacidad, y la mitad de la voluntad, de hundirlo en su corazón. ¡Ay, era una vida alegre!
Las riquezas fueron mías, la abundancia se derramó sobre mí y alborotaba entre placeres que multiplicaban por mil la conciencia de mi secreto bien guardado. Heredé un patrimonio. La ley, la propia ley de ojos de águila, había sido engañada, y había entregado en las manos de un loco miles de discutidas libras. ¿Dónde estaba el ingenio de los hombres listos de mente sana? ¿Dónde la habilidad de los abogados, ansiosos por descubrir un fallo? La astucia del loco los había superado a todos.
Tenía dinero. ¡Cómo me cortejaban! Lo gastaba profusamente. ¡Cómo me alababan! ¡Cómo se humillaban ante mí aquellos tres hermanos orgullosos y despóticos! ¡Y el anciano padre de cabellos blancos, qué deferencia, qué respeto, qué dedicada amistad, cómo me veneraba! El anciano tenía una hija y los hombres una hermana; y los cinco eran pobres. Yo era rico, y cuando me casé con la joven vi una sonrisa de triunfo en los rostros de sus necesitados parientes, pues pensaban que su plan había funcionado bien y habían ganado el premio. A mí me tocaba sonreír. ¡Sonreír! Reírme a carcajada limpia, arrancarme los cabellos y dar vueltas por el suelo con gritos de gozo. Bien poco se daban cuenta de que la habían casado con un loco.
Pero un momento. De haberlo sabido, ¿la habrían salvado? La felicidad de la hermana contra el oro de su marido. ¡La más ligera pluma lanzada al aire contra la alegre cadena que adornaba mi cuerpo! Pero en una cosa, pese a toda mi astucia, fui engañado. Si no hubiera estado loco, pues aunque los locos tenemos bastante buen ingenio a veces nos confundimos, habría sabido que la joven antes habría preferido que la colocaran rígida y fría en una pesado ataúd de plomo que llegar vestida de novia a mi rica y deslumbrante casa. Habría sabido que su corazón pertenecía a un muchacho de ojos oscuros cuyo nombre le oí pronunciar una vez entre suspiros en uno de sus sueños turbulentos, y que me había sido sacrificada para aliviar la pobreza del hombre anciano de cabellos blancos y de sus soberbios hermanos.
Ahora no recuerdo ni las formas ni los rostros, pero sé que ella era hermosa. Sé que lo era, pues en las noches iluminadas por la luna, cuando me despierto sobresaltado de mi sueno y todo está tranquilo a mi alrededor, veo, de pie e inmóvil en una esquina de esta celda, una figura ligera y desgastada de largos cabellos negros que le caen por el rostro, agitados por un viento que no es de esta tierra, y unos ojos que fijan su mirada en los míos y jamás parpadean o se cierran. ¡Silencio! La sangre se me congela en el corazón cuando escribo esto... ese cuerpo es el de ella; el rostro está muy pálido y los ojos tienen un brillo vidrioso, pero los conozco bien. La figura nunca se mueve; jamás gesticula o habla como las otras que llenan a veces este lugar, pero para mí es mucho más terrible, peor incluso que los espíritus que me tentaban hace muchos años... Ha salido fresca de la tumba, y por eso resulta realmente mortal.
Durante casi un año vi cómo ese rostro se iba volviendo cada vez más pálido; durante casi un año vi las lágrimas que caían rodando por sus dolientes mejillas, y nunca conocí la causa. Sin embargo, finalmente lo descubrí. No podía evitar durante mucho tiempo que me enterara. Ella nunca me había querido; por mi parte, yo nunca pensé que lo hiciera; ella despreciaba mi riqueza y odiaba el esplendor en el que vivía; pero yo no había esperado eso. Ella amaba a otro y a mí jamás se me había ocurrido pensar en tal cosa. Me sobrecogieron unos sentimientos extraños y giraron y giraron en mi cerebro pensamientos que parecían impuestos por algún poder extraño y secreto. No la odiaba, aunque odiaba al muchacho por el que lloraba. Sentía piedad, sí, piedad, por la vida desgraciada a la que la habían condenado sus parientes fríos y egoístas. Sabía que ella no podía vivir mucho tiempo, pero el pensamiento de que antes de su muerte pudiera engendrar algún hijo de destino funesto, que transmitiría la locura a sus descendientes, me decidió. Resolví matarla.
Durante varias semanas pensé en el veneno, y luego en ahogarla, y en el fuego. Era una visión hermosa la de la gran mansión en llamas, y la esposa del loco convirtiéndose en cenizas. Pensé también en la burla de una gran recompensa, y algún hombre cuerdo colgando y mecido por el viento por un acto que no había cometido... ¡y todo por la astucia de un loco! Pensé a menudo en ello, pero finalmente lo abandoné. ¡Ay! ¡El placer de afilar la navaja un día tras otro, sintiendo su borde afilado y pensando en la abertura que podía causar un golpe de su borde delgado y brillante!
Finalmente, los viejos espíritus que antes habían estado conmigo tan a menudo me susurraron al oído que había llegado el momento y pusieron la navaja abierta en mi mano. La sujeté con firmeza, la elevé suavemente desde el lecho y me incliné sobre mi esposa, que yacía dormida. Tenía el rostro enterrado en las manos. Las aparté suavemente y cayeron descuidadamente sobre su pecho. Había estado llorando, pues los rastros de las lágrimas seguían húmedos sobre las mejillas. Su rostro estaba tranquilo y plácido, y mientras lo miraba, una sonrisa tranquila iluminó sus rasgos pálidos. Le puse la mano suavemente en el hombro. Se sobresaltó... había sido tan sólo un sueño pasajero. Me incliné de nuevo hacia delante y ella gritó y despertó.
Un solo movimiento de mi mano y nunca habría vuelto a emitir un grito o sonido. Pero me asusté y retrocedí. Sus ojos estaban fijos en los míos. No sé por qué, pero me acobardaban y asustaban; y gemí ante ellos. Se levantó, sin dejar de mirarme con fijeza. Yo temblaba; tenía la navaja en la mano, pero no podía moverme. Ella se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba cerca, se dio la vuelta y apartó los ojos de mi rostro. El encantamiento se deshizo. Di un salto hacia delante y la sujeté por el brazo. Lanzando un grito tras otro, se dejó caer al suelo.
Podría haberla matado sin lucha, pero se había provocado la alarma en la casa. Oí pasos en los escalones. Dejé la cuchilla en el cajón habitual, abrí la puerta y grité en voz alta pidiendo ayuda.
Vinieron, la cogieron y la colocaron en la cama. Permaneció con el conocimiento perdido durante varias horas; y cuando recuperó la vida, la mirada y el habla, había perdido el sentido y desvariaba furiosamente.
Llamamos a varios médicos, hombres importantes que llegaron hasta mi casa en finos carruajes, con hermosos caballos y criados llamativos. Estuvieron junto a su lecho durante semanas. Celebraron una importante reunión y consultaron unos con otros, en voz baja y solemne, en otra habitación. Uno de ellos, el más inteligente y famoso, me llevó con él a un lado y me rogó que me preparara para lo peor. Me dijo que mi esposa estaba loca... ¡a mí, al loco! Permaneció cerca de mí junto a una ventana abierta, mirándome directamente al rostro y dejando una mano sobre mi hombro. Con un pequeño esfuerzo habría podido lanzarlo abajo, a la calle. Habría sido divertido hacerlo, pero mi secreto estaba en juego y dejé que se marchara. Unos días más tarde me dijeron que debía someterla a algunas limitaciones: debía proporcionarle alguien que la cuidara. ¡Me lo pedían a mí!¡Salí al campo abierto, donde nadie pudiera escucharme, y reí hasta que el aire resonó con mis gritos!
Murió al día siguiente. El anciano de cabello blanco la siguió hasta la tumba y los orgullosos hermanos dejaron caer una lágrima sobre el cadáver insensible de aquella cuyos sufrimientos habían considerado con músculos de hierro mientras vivió. Todo aquello alimentaba mi alegría secreta, y reía oculto por el pañuelo blanco que tenía sobre el rostro mientras regresamos cabalgando a casa, hasta que las lágrimas brotaron de mis ojos.
Pero aunque había cumplido mi objetivo, y la había asesinado, me sentí inquieto y perturbado, y pensé que no tardarían mucho en conocer mi secreto. No podía ocultar la alegría y el regocijo salvaje que hervían en mi interior y que cuando estaba a solas, en casa, me hacía dar saltos y batir palmas, dando vueltas y más vueltas en un baile frenético, y gritar en voz muy alta. Cuando salía y veía a las masas atareadas que se apresuraban por la calle, o acudía al teatro y escuchaba el sonido de la música y contemplaba la danza de los demás, sentía tal gozo que me habría precipitado entre ellos y les habría despedazado miembro a miembro, aullando en el éxtasis que me produciría. Pero apretaba los dientes, afirmaba los pies en el suelo y me clavaba las afilada uñas en las manos. Mantenía el secreto y nadie sabía aún que yo era un loco.
Recuerdo, aunque es una de las últimas cosa que puedo recordar, pues ahora la realidad se mezcla con mis sueños, y teniendo tanto que hacer, habiéndome traído siempre aquí tan presurosamente, no me queda tiempo para separar entre lo dos, por la extraña confusión en la que se hallan mezclados... Recuerdo de qué manera finalmente se supo. ¡Ja, ja! Me parece ver ahora sus mirada asustadas, y sentir cómo se apartaban de mí mientras yo hundía mi puño cerrado en sus rostros blancos y luego escapaba como el viento, y los dejaba gritando atrás. Cuando pienso en ello me vuelve la fuerza de un gigante. Miren cómo se curva esta barra de hierro con mis furiosos tirones. Podría romperla como si fuera una ramita, pero sé que detrás hay largas galerías con muchas puertas; no creo que pudiera encontrar el camino entre ellas; y aunque pudiera, sé que allá abajo hay puertas de hierro que están bien cerradas con barras. Saben que he sido un loco astuto, y están orgullosos de tenerme aquí para poder mostrarme.
Veamos, sí, había sido descubierto. Era ya muy tarde y de noche cuando llegué a casa y encontré allí al más orgulloso de los tres orgullosos hermanos, esperando para verme... dijo que por un asunto urgente. Lo recuerdo bien. Odiaba a ese hombre con todo el odio de un loco. Muchas veces mis dedos desearon despedazarlo. Me dijeron que estaba allí y subí presurosamente las escaleras. Tenía que decirme unas palabras. Despedí a los criados. Era tarde y estábamos juntos y a solas... por primera vez.
Al principio aparté cuidadosamente mis ojos de él, pues era consciente de lo que él no podía ni siquiera pensar, y me glorificaba en ese conocimiento: que la luz de la locura brillaba en mis ojos como el fuego. Permanecimos unos minutos sentados en silencio. Finalmente, habló. Mi reciente disipación, y algunos comentarios extraños hechos poco después de la muerte de su hermana, eran un insulto para la memoria de ésta. Uniendo a ello otras muchas circunstancias que al principio habían escapado a su observación, había terminado por pensar que yo no la había tratado bien. Deseaba saber si tenía razón al decir que yo pensaba hacer algún reproche a la memoria de su hermana, faltando con ello al respeto a la familia. Exigía esa explicación por el uniforme que llevaba puesto.
Aquel hombre tenía un nombramiento en el ejército... ¡un nombramiento comprado con mi dinero y con la desgracia de su hermana! Él fue el que más había tramado para insidiar y quedarse con mi riqueza. Él había sido el principal instrumento para obligar a su hermana a casarse conmigo, y bien sabía que el corazón de aquélla pertenecía al piadoso muchacho. ¡Por causa de su uniforme! ¡El uniforme de su degradación! Volví mis ojos hacia él... no pude evitarlo; pero no dije una sola palabra.
Vi que bajo mi mirada se produjo en él un cambio repentino. Era un hombre valiente, pero el color desapareció de su rostro y retrocedió en su silla. Acerqué la mía a la suya; y mientras reía, pues entonces estaba muy alegre, vi cómo se estremecía. Sé que la locura brotaba de mi interior. Sentí miedo de mí mismo.
-Quería usted mucho a su hermana cuando ella vivía -le dije-. Mucho.
Miró con inquietud a su alrededor, y lo vi sujetar con la mano el respaldo de la silla; pero no dije nada.
-Es usted un villano -le dije-. Lo he descubierto. Descubrí sus infernales trampas contra mí; que el corazón de ella estaba puesto en otro cuando usted la obligó a casarse conmigo. Lo sé... lo sé.
De pronto, se levantó de un salto de la silla y blandió en alto, obligándome a retroceder, pues mientras iba hablando procuraba acercarme más a él.
Más que hablar grité, pues sentí que pasiones tumultuosas corrían por mis venas, y los viejos espíritus me susurraban y tentaban para que le sacara el corazón.
-Condenado sea -dije poniéndome en pie y lanzándome sobre él-. Yo la maté. Estoy loco. Acabaré con usted. ¡Sangre, sangre! ¡Tengo que tenerla!
Me hice a un lado para evitar un golpe que, en su terror, me lanzó con la silla, y me enzarcé con él. Produciendo un fuerte estrépito, caímos juntos al suelo y rodamos sobre él.
Fue una buena pelea, pues era un hombre alto y fuerte que luchaba por su vida, y yo un loco poderoso sediento de su destrucción. No había ninguna fuerza igual a la mía, y yo tenía la razón. ¡Sí, la razón, aunque fuera un loco! Cada vez fue debatiéndose menos. Me arrodillé sobre su pecho y le sujeté firmemente la garganta oscura con ambas manos. El rostro se le fue poniendo morado; los ojos se le salían de la cabeza y con la lengua fuera parecía burlarse de mí. Apreté todavía más.
De pronto se abrió la puerta con un fuerte estrépito y entró un grupo de gente, gritándose unos a otros que cogieran al loco.
Mi secreto había sido descubierto y ahora sólo luchaba por mi libertad. Me puse en pie antes de que me tocaran una mano, me lancé entre los asaltantes y me abrí camino con mi fuerte brazo, como si llevara un hacha en la mano y los atacara con ella. Llegué a la puerta, me lancé por el pasamanos y en un instante estaba en la calle.
Corrí veloz y en línea recta, sin que nadie se atreviera a detenerme. Por detrás oía el ruido de unos pies, y redoblé la velocidad. Se fue haciendo más débil en la distancia, hasta que por fin desapareció totalmente; pero yo seguía dando saltos entre los pantanos y riachuelos, por encima de cercas y de muros, con gritos salvajes que escuchaban seres extraños que venían hacia mí por todas partes y aumentaban el sonido hasta que éste horadaba el aire. Iba llevado en los brazos de demonios que corrían sobre el viento, que traspasaban las orillas y los setos, y giraban y giraban a mi alrededor con un ruido y una velocidad que me hacía perder la cabeza, hasta que finalmente me apartaron de ellos con un golpe violento y caí pesadamente sobre el suelo. Al despertar, me encontré aquí, en esta celda gris a la que raras veces llega la luz del sol, y por la que pasa la luna con unos rayos que sólo sirven para mostrar a mi alrededor sombras oscuras, y para que pueda ver esa figura silenciosa en la esquina. Cuando despierto, a veces puedo oír extraños gritos procedentes de partes distantes de este enorme lugar. No sé lo que son; pero no proceden de ese cuerpo pálido, y tampoco ella les presta atención. Pues desde las primeras sombras del ocaso hasta la primera luz de la mañana, esa figura sigue en pie e inmóvil en el mismo lugar, escuchando la música de mi cadena de hierro, y viéndome saltar sobre mi lecho de paja.
FIN